Cada vez se ven menos herraduras colgadas de las puertas y sin embargo como fetiche o talismán siguen vigentes en la actualidad.
Una de las supersticiones más extendidas es la que indica que tener una herradura colgada sobre la puerta de entrada de una casa la protege de la mala suerte, dotando al hogar con la fortuna y alejándolo de cualquier tipo de adversidad.
Existen registros de que la herradura ya era considerada un amuleto poderoso desde la Grecia antigua. Primero, porque era hecha de hierro, elemento que según los griegos los protegía contra el mal. Además, su forma recordaba la luna creciente, símbolo de la fertilidad y la prosperidad.
Los romanos, herederos de gran parte de las tradiciones griegas, también adoptaron esa superstición y la extendieron por su imperio. Los cristianos europeos, a su vez, adjudicaron su origen a San Dunstan de Canterbury (924-988)
Hallar una herradura es sin duda símbolo de fortuna, y más aún si conserva algunos de los siete clavos característicos.
Hoy en día no son fáciles de conseguir, pero si puede obtener una, obsequie a quien se la da una botella de vino, licor o miel. Si la compra, pagúela con monedas y no con billetes.
El origen a esta creencia, tan arraigada popularmente, se la debemos a una antigua leyenda que surgió en el siglo X alrededor de San Dunstán, quien, antes de ser nombrado Arzobispo de Canterbury y ser canonizado tras su fallecimiento, trabajó como herrero en Baltonsborough (suroeste de Inglaterra).
Dicha leyenda procede de sus tiempos como herrero, cuando una extraña criatura mitad hombre y mitad bestia se le presentó para pedirle que le herrara las pezuñas. Dunstán accedió, pero al ver que las tenía hendidas se dio cuenta de que se trataba del diablo. Engañándole, le explicó que para llevar a cabo su tarea necesitaba atarle a una pared. Cuando lo tuvo preso le colocó las herraduras con fuerza y al rojo vivo, causándole un insoportable dolor. Llegó a rogar por su libertad, que Dunstán le concedió con una condición: debía comprometerse a no entrar jamás en aquellas casas que tuviesen una herradura en la puerta. El santo se apresuró a colocarlas con sus propias manos, salvando numerosas familias.
Fue a partir de la divulgación y el boca a boca de esta historia donde surgió todo el aura y simbología que se le ha querido dar a las herraduras como talismán de la buena suerte.
Otra historia cuenta que fue un anciano quien visitó a Dunstán para pedirle un cáliz. Mientras lo hacía se percató de que su cliente cambiaba de forma. Al mirarle veía unas veces un anciano y otras un niño o una mujer. Una vez más comprendió que estaba ante el diablo, pero no dejó de trabajar. Buscó unas tenazas entre sus herramientas y las dejó con disimulo en el fuego. Tan pronto las vio al rojo, las tomó y agarró a la bestia por la nariz, sometiéndola. Sus alaridos atrajeron a numerosos vecinos que fueron testigos de la gesta.
¡¡Por cierto!! Según la tradición, la herradura de la buena suerte debe ser colocada en la parte alta de la puerta, con las puntas hacia arriba, de lo contrario la suerte huirá de nuestra casa.
Fuentes consultadas : 20 minutos, ABC, Todo caballos
Pues a ver de donde saco yo una herradura y como la pongo en la puerta blindada.
Senior citizen Mujer de poca fe, para un chapuzas como yo, eso no es problema.
Dibujas en una cartulina una herradura lo mejor que sepas, no hace falta que te esperes mucho ya que se supone que es vieja, la herradura por supuesto y yo te regalo tres o cuatro grageas de un medicamento que se llama Ferbisol que contiene hierro en abundancia, la espolvoreas lo suficiente, previo humedecimiento de la cartulina y tienes una herradura de hierro, luego no tienes nada más que utilizar cola de contacto la venden en ferreterías y ya tienes tu herradura en una puerta moderna.
Hace muchos años me encontré una en el campo, cuando hice el ranchito la puse en la entrada , y ahí sigue tan campante… 🙂
Salud
Genín Yo también la tengo en Broto, en el salón y sin colgar en ningún sitio.
Saludos
Interesante historia. Pues nada, tendremos que hacernos con una herradura pues la buena suerte no nos va a sobrar.
Calandra Te iba a decir que tu tenías los caballos más cerca aunque sin herrar los de » La rapa das bestas» en Sabucedo, pero he comprobado que también te caen muy lejos. Así que ya sabes lo que te toca a buscarlas entre el tráfico de coches.
Hombre, mas cerca tengo los asturcones, pero no se si están herrados o no.
Calandra No los conocía. Suponiendo que fueran herrados que no lo van, tendrías unas herraduras de juguete, ya que es una pequeña raza de ponis que viven salvajes en las montañas.
Ni conocía al santo ese… Qué curiosas historias, y menos mal que lo dices, porque yo hubiera puesto la herradura al revés… Abrazos
Ligia Yo tampoco lo sabía y me sonaba que se ponía al revés pero he visto una y se pone como dice el artículo.
Abrazos
el problema es cuando te encuentras cuatro herraduras, y el caballo está encima.
Jesus En ese caso se aparta al caballo y se cogen las cuatro herraduras.
Siempre que veo bien una herradura, o una flor de cardo seca pegadas sobre el quicio de la puerta principal de una casa rural, pienso en «superticioso habemus». No es que me lleve a esa conclusión el artilugio plantado ahí sino que me remonto a los ancestros de los actuales vecinos que inequívocamente pretendían atraer toda clase de bendicones a su hogar, y sus descendientes, simplemente, respetan el legado
Frajayo Aquí herraduras no se ven casi ninguna, pero si flores secas de cardo en las viviendas unifamiliares de la urbanización, yo no tengo nada, a mi no me dicen nada ni una ni otra cosa.
No conocia la historia de la herraduraj pero siempre la tuve presente, fui muy superticiosa
El 13 era 12+1, el gato negro uyyyy, y mil cosas más, pero el año 2013, se acabó todo, te cuento por que
Gracias a mi neurona amiga, convertimos todo o negativo en positivo, porque si no, El año 2013 hubiera sido insufrible. Ahora el 13 es mi numero, el gato negro es preciso y mas y mass visto
Como mis libros no te importaron, cosa que respeto, pero hubieras visto cosas
un abrazo
Maria Jesus Ruiz Alonso No soy supersticioso así que lo del 13, el salero roto, o pasar debajo de una escalera, entre otras cosas, no las tengo en cuenta.
Con respecto a los libros, tengo una historia muy particular.
Dentro de poco cumpliré 12 años con el blog, al principio compraba todos los que los blogueros que escribían y en Zaragoza nos conocíamos todos y éramos unos 70 que nos reuníamos una vez al mes aproximadamente. Tengo muchos de ellos firmados, y de buenas a primeras me prometí a mi mismo que no iba a comprar algo que en ocasiones ni siquiera leía, por ello ahora sigo con esa táctica, lo siento pero esa es la razón.
Un abrazo
Perdona si entre para molestarte,nonono jubi, no tienes porque darme explicaciones, para mi es mas importante, visitarte, que me visites, comentar cosas importantes o no, que tengas mis libros, y te voy a decir mas, tu blog me tiene enganchada, me disguaria por esta tonteria te alejara
Simplente lo dije, porque en el comentario puede que gracias a mi neura amiga, sali del royo de la supertición, porque es muy puñetero, que las superticiones sean barreras, hoy me siento mejor
mi neurona se llama HELENA y es mi amiga, no me da la razon si no la tengo, puedes pensar que estoy de spiquiatra, no, quien conoce de verdad sabe lo impotante que es para mi
un abrazo
Maria Jesus Ruiz Alonso No te preocupes, no me has molestado. Creo que las supersticiones no son malas excepto que se magnifiquen excesivamente.
Un abrazo
Si por mí fuera sobrarían herraduras para colocarlas donde el gusto personal o la superstición quisieran; en cualquier sitio menos en los cascos de los caballos, que, como mejor están, es descalzos, sin técnicas invasivas que no sólo no le aportan nada sino que perjudican su locomoción.
Una mirada… Esto que me estás contando lo viví hace mucho en Bailo, observaba que a las caballerías que herraban, normalmente eran las que dedicaban a trabajos duros y como las pezuñas no se les desgastaban de vez en cuando les tenían que quitar las herraduras cortar las pezuñas y volvérselas a poner, mientras que las que dejaban sin herrar a lo sumo les hacían limpieza y «arreglo» muy de cuando en cuando.
Había otro inconveniente y es que las que herraban andaban bien por el campo, pero como se les ocurriera meterse en una carretera asfaltada, entonces no estaban todavía la calles empedradas, si corrían se las veían y deseaban para no patinar e ir a tierra en zona de curvas.