Ibón es el término en idioma aragonés usado para los pequeños lagos de montaña de origen glaciar situados en los Pirineos, generalmente por encima de los 2.000 metros de altitud. Son, en muchos casos, el origen o nacimiento de los ríos de Aragón.
Hay ibones encantados, donde, según las leyendas locales, «viven» hadas, como el de Plan. Otros ibones conocidos son los de Anayet, Sabocos, Ip y Estanés.
En el pueblo de Canfranc, en pleno pirineo aragonés, vivía hace muchos años Damián, llamado el Cucharero. Era hombre de montaña y un poco desagradable.
Tenía que sobrevivir al duro clima y a las difíciles pruebas que cada día le imponía su hábitat. Formaba parte del grupo de pastores de la comarca.
Los pastores bajaban a Tierra Plana en cuanto asomaban los primeros fríos, para proteger al ganado y darle pastos en los campos situados más al sur, donde la nieve desaparecía antes. La trashumancia era la forma de vida de la montaña, y nadie se planteaba que hubiera maneras distintas de vivir, o de sobrevivir. Aunque, en una ocasión, Damián quiso cambiar su vida.
Ese año, había sido padre de un niño. Cuando marchó al llano el invierno anterior, su mujer le había dicho que encontraría nuevo ganado al regreso, pero él nunca imaginó que se refería a su primogénito, al ereu, el heredero de la casa.
Cuando volvió, se encontró con una criatura de meses, y a su madre diciéndole: -El mosén quería que lo bautizara antes, pero he querido esperarte. Le pondremos Fabián, como su abuelo.
Damián quería celebrar esa Navidad con su mujer y su hijo, como hacían los de los pueblos de Tierra Plana, y después vivir en su casa, no en el monte. Para conseguir su propósito, había pasado muchas horas tallando madera de boj. Con su naballa hizo cientos de cucharas, cazos y cucharones mientras los demás dormían en las mallatas (ye una cabana u un estallo desalpartau d’as zonas pobladas).
Sólo quedaba ahora recorrer los pueblos del Valle y vender la mercancía. Así ganaría el dinero suficiente para sobrevivir al invierno, y la primavera. Pero llegó el 24 de diciembre y Damián apenas había vendido algo. Quedaba una posibilidad: habría que pasar a Francia y probar allí suerte. Sólo volviendo con dinero suficiente en la faltriquera podría seguir llevando la cabeza alta en el pueblo.
Damián partió hacia las montañas del Puerto aquella fría mañana de la Nueibuena, sin hacer caso de las habladurías de su mujer y de su suegra. El era pastor, y sabía que el verdadero peligro cuando se andaba por las cimas consistía en no reconocer las crepas o grietas en el hielo bajo la nieve, eso sí que era arriesgarse a perder la vida, como le pasó a su hermano.
Desayunó fuerte: unos huevos fritos, cebolla y pan. Echó al morral un pan entero y queso. Sobre los hombros se acomodó la mochila cargada con los cubiertos de madera y sin despedirse de nadie, aún de noche, salió hacia Puerto, con la única compañía de su gayata, su bastón de pastor.
Las ventas no le fueron mal del todo, se notaba la cercanía de la noche festiva y del día de Navidad, y más de uno solucionó los regalos con el boj bellamente tallado por el artesano. Aunque Damián esperaba más, y apuró el tiempo todo lo que pudo, la noche se le echaba encima y era hora de volver a casa.
Conocía muy bien el camino, y confiaba en las estrellas. La nieve amortiguaba el sonido de las pisadas. El viento estaba calmado y el silencio era absoluto. Hasta que escuchó la voz. Al principio no se lo creyó, luego ya no tuvo más remedio que mirar hacia la superficie negra y brillante del ibón. Allí no parecía haber nadie, y, sin embargo, la voz venía del lago.
A Damián le temblaban las piernas y las manos. Dejó resbalar de la espalda el morral y la mochila, y se desparramó su contenido por la ladera de nieve que se extendía a sus pies. El coro de voces seguía entonando una melodía extraña, bellísima, y a cada minuto que pasaba, parecían añadirse nuevas notas, entonaciones imposibles y misteriosas resonancias. Damián comenzó a andar hacia el lago. En lo más profundo de su cerebro le pareció escuchar, débilmente, la cantarina voz de su mujer que lo llamaba, pero enseguida su nombre formó parte del coro de aquellas voces angelicales, y, claramente, resonó en todo el valle una frase pronunciada por gargantas invisibles:
-Damián, Damián, ven, ven…
El hechizo de las Fadas de los Ibons de Puerto volvía a elevarse por encima de las aguas heladas, por encima de la nieve oscura, más allá de las cimas… y su poder, su antiguo y desconocido poder venido de otros mundos y de otros tiempos, arrancaba de esta vida al pobre Damián.
Pasados los años, todas las Nueibuenas, un joven montañés llamado Fabián sube a Puerto y arroja una rama de boj, de bucho, a las calmas aguas del ibón.
Fuente : Aragón es así
Pues esta leyenda no la conocía y me ha encantado, Gracias Jubi.
trimbolera Gracias a ti. Me imagino que ya has llegado a Tierra Plana, mira que ya es de noche.
Que mala leche tenían esas criaturas, debería darles por hacer el bien :))
Salud
Genín Eran hadas malas, con sus pucheros y sus embrujos, las buenas no se dedicaban a eso, eran las que salvaban a los caminantes del fondo de los ibones y de los caminos perdidos, por eso llevaban alas. 🙂
Saludos
En Sierra Nevada está también la Laguna de las Yeguas que tiene varias leyendas, como si la nieve y el silencio de las cumbres fueran propicios para ese tipo de historias.
Senior citicen Acabo de leer una de esas leyendas.
Nos ponemos en situación. Invierno, hace muchos años, desde el interior de las casas mal caldeadas, se observa Sierra Nevada (o cualquier monte nevado) si hace aire, el frio que se cuela por las rendijas de la casa hace que todos estén encogidos, y si hay niebla el paisaje queda desdibujado desde el otro lado del cristal empañado. Mientras tanto los mayores cuentan a su manera algo que han creído oír, los niños absorben esa información y la propagan de tal forma que pasado un tiempo surge la leyenda.
Estas leyendas trasmitidas en frias noches de invierno, son un tesoro a guardar. Me ha gustado
Jesús Esa es la manera que creo que surgen las leyendas. Tengo unas cuantas más en el tintero que tendré que ir preparando.
Los lagos suelen tener leyendas, no conocía esta y me ha parecido muy curiosa. Gracias por compartirla ya se un poco más, Abrazos
Ester Es cierto, aunque no solamente lagos, también los montes, castillos, caminos, casas todo es perfecto para pasar al lado de la lumbre en invierno esas largas noches y contar lo que hace tiempo se ha oído de otras personas.
Abrazos
Me ha transportado a las noches frías invernales de mi niñez, cuando nuestro abuelo Vicente nos visitaba y todas las noches recurría a contarnos pasajes de este tipo antes de mandarnos a la cama.
¡Va por él!
Frajayo Me alegra que hayas tenido buenos recuerdos de tu niñez y de tu abuelo, como tu dices,
¡Va por él!
Las tardes-noches heladas al calorcillo del fogaril han dado lugar a historias legendarias que explicaban, de manera fantástica, sucesos reales perdidos ya en la memoria. Son relatos que fascinan con el añadido de la mieditis aguditis y que, como en los cuentos clásicos, advierten de peligros e invitan a la precaución.
Una mirada… Recuerdo una anécdota en Bailo, íbamos media docena de zagales jugando por la orilla de un barranco y de repente uno de nosotros ve en el fondo al lado del agua un «hombre muerto». Nosotros sin atrevernos a bajar para ver si todavía estaba vivo y ayudarle, pero tampoco nos decidíamos salir disparados al pueblo a pedir ayuda, en esto que se mueve algo, al final nos decidimos a bajar y vimos que eran ropas usadas que alguien había perdido o tirado y visto desde las altura daba la impresión de una persona tumbada en el suelo. Si hubiéramos seguido elucubrando ahora podríamos contar la leyenda del mendigo que se perdió en un barranco, asaltado por las bruxas…
Qué hermosa historia! Cuánto cariño en el hombre para arriesgarse así! Me encantó. También los comentarios siguientes. Un abrazo, veré si publico alguna leyenda de por mis lares. Besos.
Rosa María En todos los sitios existen leyenda que en el origen tienen un viso de realidad, yo tengo todavía unas cuantas en el tintero que irá publicando poco a poco.
Abrazos