“Había una vez un caballero que poseía una casa muy muy vieja, construida aprovechando los restos de un antiguo monasterio. El caballero decidió que quería derruirla, pero sin embargo consideraba que dicha tarea implicaría demasiado esfuerzo y dinero, y empezó a pensar en alguna manera de lograr hacerlo sin que le supusiera a él ningún costo.
El hombre decidió entonces crear y empezar a difundir el rumor de que la casa estaba encantada y habitada por un fantasma. Elaboró también con sábanas un traje o disfraz blanco, junto a un artefacto explosivo que generara una llamarada y dejara tras de sí olor a azufre. Tras contar el rumor a varias personas, entre ellas algunos incrédulos, les convenció de que acudieran a su casa. Allí activó el ingenio, provocando que los vecinos se asustaran y creyeren que el rumor era cierto. Poco a poco más y más gente iría viendo a dicho ente espectral, y el rumor fue creciendo y extendiéndose entre los lugareños.
Tras ello, el caballero extendió también el rumor de que el motivo de que el fantasma estuviera allí podría ser el hecho de que hubiese en la casa un tesoro escondido, así que en poco tiempo empezó a excavar para encontrarlo. A pesar de que no lo había, los vecinos empezaron también a creer que sí podía haber algún tesoro en el lugar. Y un día, algunos vecinos le preguntaron si podían ayudarle a excavar, a cambio de que pudieran coger el tesoro.
El propietario de la casa respondió que no sería justo que le tirasen la casa abajo y se llevaran el tesoro, pero magnánimamente les ofreció que si excavaban y retiraban los escombros que su acción generase y en el proceso encontraban el tesoro, él aceptaría que se llevaran la mitad. Los vecinos aceptaron y se pusieron a trabajar.
Al poco tiempo el fantasma desapareció, pero de cara a motivarles el caballero dispuso veintisiete monedas de oro en un agujero de la chimenea que después tapió. Cuando los vecinos lo encontraron, les ofreció quedárselo todo siempre y cuando el resto que hallaran lo repartieran. Ello motivó aún más a los vecinos, que ante la esperanza de encontrar más fueron excavando hasta los cimientos. De hecho, sí encontraron algunos objetos de valor del antiguo monasterio, algo que los espoleó aún más. Al final, la casa fue derruida por entero y los escombros retirados, cumpliendo el caballero con su deseo y empleando para ello apenas un poco de ingenio.”
Cuento de Daniel Defoe (Imagen : Retrato de Daniel Defoe, National Maritime Museum, Londres)
Un listo muy listo y con ingenio, me recuerda a algunos políticos que se las ingenian para que otros carguen con las culpas de lo que hacen mal. Abrazucos
-ester- En esta ocasión le salió bien, al fin y al cabo es un cuento del famoso escritor mundialmente conocido por su novela Robinson Crusoe.
Con respecto a los políticos actuales, cuantos querrían tener el ingenio de este escritor.
Abrazos
Hola Emilio, siempre ha existido la pillería y la ingenuidad de los vecinos que por la avaricia el otro se aprovecho de ellos con engaños.
Besos.
-Piruja- La pillería en España está muy bien descrita en la obra «El Lazarillo de Tormes», aunque pillos los hay en abundancia en todas la épocas.
Besos
No hay nada como estimular la codicia con astucia. Bien gastadas estuvieron las monedas que escondió para ser encontradas
Un buen relato que no conocía.
-Una mirada…- No creo que este cuento sea muy conocido, en mi caso lo encontré buscando otra cosa, aunque historias reales muy similares las hay en abundancia.
Yo tampoco conocía este relato de Daniel Defoe y la verdad es que está muy bien, aunque no sea de su estilo.
-Senior citizen- Entre las muchas obras y escritos de Daniel Defoe, es lógico pensar que pudo tomarse un descanso y creara un par de cuentos que le sirvieran de distracción y preludio para otras obras de mayor transcendencia.
El otro cuento es «El Diablo y el relojero».
Estas quienes se las ingenian para llevar adelante sus ideas y después estamos los que los seguimos de atrás sin poder creer que algo semejante ocurra. Creo que en la actualidad le llaman campaña política.
Saludos,
J.
-José A. García- Si, es posible que tengas razón.
Saludos